María, ¿cómo describirías la dinámica actual entre la educación y la tecnología?
Durante los últimos meses se está intensificando el debate social en todo lo que tiene que ver con educación y tecnología. Tanto en el ámbito doméstico o familiar como en el escolar. En el aspecto concreto de los centros educativos, parte de ese debate reclama la regulación del uso de dispositivos personales en entornos educativos -lo cual es legítimo y de hecho existe en la mayoría de centros aunque no haya leyes que lo dictaminen-. El problema es que esa reclamación a veces se confunde con pedir que se retiren todas las pantallas de las escuelas, en línea con mensajes que, amparados en el supuesto impacto negativo de la tecnología sobre el aprendizaje, aspiran a volver al papel, al lápiz y a la infancia-adolescencia de antaño. Una cosa son los dispositivos personales y otra cosa son las metodologías didácticas. Y ahí está la clave, según la UNESCO: en potenciar que la tecnología se utilice en la enseñanza de acuerdo a parámetros de pertinencia, equidad, sostenbilidad y escalabilidad. No se trata de aplicar tecnología porque sí, para ser más modernos, sino de aprovecharla en el marco de un beneficio real para los docentes y los estudiantes.
¿Has notado un retraso general en la implementación de proyectos tecnológicos en diferentes centros educativos?
No exactamente. Es cierto que, en los últimos años, se ha producido una implantación masiva de proyectos de tecnología educativa, y no siempre con base pedagógica o metodológica. En reacción, son muchos los centros escolares que están replanteando la manera en que introducen tecnología en la enseñanza, bien por la metodología, bien por la formación en competencias, bien por la integración eficaz en currículos. Insisto: replantear es un acierto, como lo es aprender de aciertos y errores, pero retrasar la tecnología o eliminarla de la enseñanza son medidas igual de cortoplacistas e infaces que introducirla sin estrategia o base pedagógica. Lo que necesitamos es pensar en qué tecnología se utiliza, cuándo, por qué y para qué.
¿Qué importancia tiene el momento y el propósito detrás del uso de la tecnología en la enseñanza?
Para mí son conceptos claves, fundamentales. Exactamente igual que si habláramos de un libro de texto, una excursión a un museo, la lectura de un clásico o cualquier tarea o actividad asociadas a lo que se esté aprendiendo en clase. No se hace lo mismo en todos los cursos y no se hace de manera desordeada, sino de acuerdo a una programación y a un conocimiento sobre el desarrollo del aprendizaje. Igual que sucede en el hogar, recurrir a las pantallas de cualquier manera o por cualquier motivo es muy mala opción. Lo que ofrece el mundo digital a nuestros hijos o alumnos debe aprovecharse en línea con lo que estén viviendo en el mundo no digital. En el marco de las aulas, los problemas que enfrentan los alumnos no pueden ser atribuidos únicamente al uso de pantallas; es una combinación compleja que involucra metodología educativa, intención detrás del uso de la tecnología y otros factores del entorno escolar y social. En todo caso, niños y adolescentes necesitan aprender no solo con tecnología y no solo sin tecnología, sino ‘con’ y ‘sin’.
¿Cuál es tu opinión sobre el impacto de las pantallas en el aprendizaje de los alumnos?
Los estudios publicados son muy diversos, en ocasiones contradictorios en sus conclusiones y muy en función de su metodología, su orientación y la propia interpretación de los autores. La evidencia científica, hoy por hoy, no habla de causa-efecto, sino de asociaciones… y no siempre. Es decir, hay una percepción de problemas de atención, memoria, conducta… y se culpa a las pantallas por la sobreestimulación o distracción que ofrecen. Pero me temo que aún es pronto para concluir algo diferente a que las pantallas son cómplices, pero no únicas culpables. Nuestros alumnos no serán más listos por el hecho de estudiar con tablets, pero sí parece, a tenor de la evidencia, que cuando se recurre a la tecnología dentro de un proyecto educativo pensado y estructurado… se asocian a beneficios al aprendizaje de los alumnos. Son muy relevantes factores como la edad de los menores, su formación, el tipo de dispositivo, el tipo de uso, la formación del docente… En conclusión: la tecnología no es promesa, en sí misma, de algo bueno o malo en cuanto al aprendizaje. El resultado final depende de muchas cosas.
¿Cómo deberíamos abordar la presencia de la tecnología en la vida de los niños y adolescentes?
Como ya he comentado, es esencial que los niños y adolescentes aprendan a vivir tanto con como sintecnología. La clave radica en encontrar un equilibrio adecuado. No se trata solo de utilizar o evitar la tecnología, sino de enseñarles cómo integrarla en su vida diaria, tanto en el ámbito educativo como en el tiempo de ocio o socialización. El papel de los padres es clave, especialmente en lo que tiene que ver con facilitar un acceso gradual y una autonomía progresiva. Poco a poco, con implicación material -qué tecnología ponemos en sus manos-, implicación funcional -cómo la configuramos y qué tipo de actividades digitales favorecemos- e implicación experiencial -qué ejemplo damos, cómo hablamos de tecnología en casa, cómo compartimos con nuestros hijos las experiencias que viven a través del uso de productos o servicios digitales-.
¿Cuál crees que es el aspecto más crucial al considerar la tecnología en la educación?
Nuestros hijos, igual que nosotros, son ciudadanos con derechos y deberes. Tal y como señala la Observación General Núm. 25 de las Naciones Unidas, tienen derecho al ocio, al aprendizaje, a la socialización… a través también de la tecnología, siempre que se salvaguarden su seguridad e integridad. Y aquí está el matiz, en la dificultad de conseguirlo, porque depende de empresas tecnológicas, normativas, agentes sociales de todo tipo, comunidad educativa… y familias. Quizá lo más crucial es asumir que, además de proteger a niños y adolescentes de los peligros de la tecnología digital, necesitamos favorecer que accedan a ese mundo de la forma más positiva posible.